12 de agosto de 2011

Con propiedad


Me tocó poner los paquetes en el piso porque no tenía manos para abrir la puerta. La empujé con el cuerpo y me agaché para levantar las bolsas. Al subir la mirada me encontré con un par de personas en mi comedor, viéndome con ojos sorprendidos. Por un momento pensé que había abierto otro apartamento pero esos eran mis muebles, tenían comida servida en mi vajilla, estaban sentados en mis sillas

- ¡¿Qué hace aquí, porque tiene llave de nuestra casa?! - me preguntó la mujer con voz de histeria

Yo no atiné qué responder, me estaba reclamando por entrar a mi casa, yo debía estar gritándola a ella. El hombre se puso de pie y se acercó amenazante:

- ¡Salga ahora mismo!

- Pero éste es mi apartamento, ¿cómo entraron ustedes? – le dije

Empezamos una discusión absurda en la que ellos me interrogaban indignados y yo me “defendía” en lugar de reclamar, dijeron llevar cinco años viviendo ahí, que era el mismo tiempo que yo tenía de dueña, que se lo compraron a don José Carrasco, que era el nombre del que me lo vendió, que ellos pusieron el piso nuevo que yo aún estaba pagando, y con cada argumento era mayor mi rabia, mi sorpresa y el volumen de nuestras voces.

De pronto miré de nuevo a la mujer, tenía puesta mi bata de puntos negros sobre blanco, tenía mis pantuflas peludas, tenía el pelo recogido en una cola alta como yo me lo recogía, tenía mis aretes de plata, tenía, tenía… ¡era yo!