4 de octubre de 2011

El esfero


Era un simple esfero, Patricia lo puso en la mesa en la que estaba amontonando los libros para regalar y donde arrumó los comics de súper héroes; protesté y traté de explicarle que eran reliquias, que no podía botarlas a la caneca, le dije también que un coleccionista pagaría lo que fuera por tenerlas, había varias de Superman, de Linterna Verde y hasta unas de Flash, pero ella insistía en que sólo era papel amarillento que acumulaba polvo y ocupaba espacio. Al lado de todos esos tesoros dejó el esfero, entonces cuando metí las revistas en bolsas el esfero se fue ahí con todo lo demás, las saqué y justo en ese instante venía el camión de la basura, me dolió saber lo que iban a llevarse…

Nunca le dije que lo botara, sólo lo dejé al lado de las revistas para luego guardarlo en el cofrecito con el reloj de los ferrocarriles nacionales y el relicario de la tía Aurorita. Ésa era mi intención, nunca imaginé que Luis Carlos lo iba a empacar en las bolsas de la basura, dijo Patricia mientras se limpiaba las lágrimas con la punta del saco.

Es por esa maldita manía de estar botando todo que pasan estas cosas, no sé porqué no podías dejar quieto el cuarto de Edu, a quién le hacía daño si ni siquiera necesitamos el espacio, no te parece Patricia que esta casa es lo suficientemente grande, ¿para qué tienes que estar sacando los recuerdos de su lugar?, si además le pides a Luis Carlos que te ayude pues ¿qué puedes esperar?

Claro, ahora me van a culpar a mí de todo, si yo no dedicara mis días a ordenar y limpiar todos sus regueros, ésta casa se habría caído de mugre, sería un chiquero, ¿eso es lo que quieren?, claro, pero cuando traen a sus amigos importantes si esperan que la casa esté brillante, perfecta; yo solo quería evitar que esa alcoba se llenara de polvo y de chécheres.

Desde su puesto más allá de la vida, Eduardo veía la discusión que se armaba por algo tan insignificante y analizó su propio apego a tantas cosas que en la tierra le parecieron importantes, las horas dedicadas a sacarle brillo al Buick, todo el dinero invertido en historietas, las cartas y poemas de amor guardadas como tesoros en las cajas con cinta de seda en lugar de haber atesorado el tiempo compartido o las risas de esa familia que la pasaba tan bien mientras que él leía o escribía. Si hubiera bajado la escalera para compartir con ellos en lugar de haberse encerrado en ese cuarto que ahora era solo un espacio lleno de recuerdos.

Salomón seguía recitando su pelea: con ese escribió sus poemas, era un Tiffany que compró la única vez que salió del país, cuando el senador le pidió que lo acompañara; y aunque todos sabemos que en realidad necesitaba alguien que le cargara las maletas y lo ayudara con la silla a Edu no le importó y por conocer se ofreció a servirle de acompañante, le había costado un dineral y lo cuidaba como a un hijo bobo, ¿te imaginas lo que diría si supiera que su bien más preciado terminó en la caneca?

Pero ya no está, ya no puede decir nada y aunque me duele en el alma que se haya perdido no hay nada más que podamos hacer, así que deja ya de regañarme y ni creas que por este infortunado incidente voy a dejar de limpiar.

Ya no quería verlos pelear, ahora era parte de la paz eterna y disfrutaba con los momentos sosegados de los demás, ya nada lo perturbaba ni los altercados ahora tan comunes en la que fue su casa, no estaba autorizado para intervenir, pero se dio sus mañas.

Patricia aún sorbiéndose los mocos como una niñita regresó al cuarto de su querido Edu, resignada decidió no botar nada más. Cuando ya salía dio un vistazo final y sobre la cama inmaculada de croché blanco lo vio, justo en el medio, el esfero Tiffany brillaba como si acabaran de pulirlo con Brasso ¡¡el esfero, apareció el esfero!! Gritó Patricia parada a la entrada de la habitación.