20 de junio de 2014

Yo y el Mundial de Fútbol

Ayer jugó Colombia su segundo partido en el Mundial de Fútbol de Brasil. Los que me conocen se preguntarán que hago yo, una mujer que básicamente detesta el fútbol, empezando un escrito con semejante tema. La verdad  me pregunto lo mismo, pero es que más que fútbol lo que vi ayer fue patria. Un amor de patria que no es muy común en mi país.

Desde el sábado pasado que fue el primer partido de la selección, las calles están invadidas de amarillo, de fiebre amarilla. Las personas caminan orgullosas con la camiseta, los ejecutivos la llevan puesta sobre la corbata, las rutas escolares van amarillas del conductor a los estudiantes, hay más banderas izadas en los edificios que el 20 de julio, hasta las mascotas se visten de amarillo. Los estadios en los que ha jugado Colombia se han pintado del mismo color, es como si nuestro país hubiera viajado camuflado entre las maletas de los jugadores y el himno nacional cantado con el alma por una gran mayoría de los asistentes al partido es algo que eriza la piel.

Es emocionante salir a las calles, es ensordecedor cada gol marcado, cuando dan el pitazo final del encuentro la ciudad enloquece de cornetas y chiflidos, llueve harina, espuma, papelitos con el tricolor en medio de gritos y lágrimas.

Es amor de patria en los poros de los que compartimos esta tierra tan acostumbrada a las noticias no tan positivas. Es un nacionalismo que usualmente ocultamos y que estos días del Mundial crece y se desborda. Esa pasión que inspira nuestra tierra es algo que deberíamos acariciar diariamente, ese orgullo, esas lágrimas, esos besos a nuestro amarillo, azul y rojo, todos esos síntomas de la enfermedad amarilla deberían ser nuestro diario y contagiarnos permanentemente. Querer a este país de luchadores es lo que nos falta para llegar lejos, convencernos de que estamos en un paraíso diverso, que puede ser fácilmente el mejor vividero del mundo es lo que necesitamos para que se convierta en realidad.

Que viva la Selección Colombia que hace que los no futboleros veamos cada pase comiéndonos las uñas y vibrando con los colores de nuestra bandera.

28 de febrero de 2014

Bogotana

Bogotana si, y de pura cepa, me crié con el “chirriado” de mis tías, el “hedor” y su conjugación “hiede” el “tres” y el “tris” con un extraño sonido como a ch en medio de la “t” y la “r”, la diferenciación marcada de mi mamá entre la “y” y la “ll” que sonaría como /yuca/ con la y sonora y /iuvia/ para el lluvia, el “¿que qué ala?” y “chinita querida” de las profesoras del colegio. Términos muy cachacos que cuando pequeña me daban risa y que ahora creo que habría sido rico perpetuar.

De las bogotanadas que me pasan hay muchas que también le pasan a los demás, no estoy sola en mi ignorancia. Alguna vez en un tour cerca a Escocia, vi emocionada un grupo de vacas blanco con negro pastando en un potrero –¡vacas bogotanas!- le dije emocionada a mi compañero de silla, un paisa que muy tierno me contestó –no seas bruta, son vacas holstein y son inglesas- lo que él no sabía es que son holandesas.

Leí hace poco un artículo de un bogotano que se sorprendió al encontrarse en plenas ruinas Incas a un copetón, el pequeño pajarito café que vemos desde pequeños en nuestros jardines y que ése bogotano pensó que era exclusivo de nuestra ciudad. He notado con tristeza que cada vez hay menos copetones rondando por los jardines, y recuerdo un par de anécdotas de mi niñez relacionadas con estos simpáticos amiguitos. La primera ocurrió un día que el chillido angustiado de un par de copetones llamó nuestra atención, algo ocurría se movían desesperados por el techo de la casa, entonces escuchamos un leve piar que salía de la canal de aguas lluvias (iuvias diría mi mamá) entonces entendimos que la cría de los pajaritos había caído por la canal quedando atrapada al final del tubo. Vi cómo mis hermanos inventaban estrategias para sacarlo mientras yo lloraba desconsolada, desbarataron varios ganchos de ropa que en esa época eran un simple alambre dulce con forma de gancho de ropa, los unieron haciendo un circulo al final con la esperanza de alcanzar el pajarito y poder sacarlo, pero la distancia de más de dos metros, del techo al codo en que debía estar el polluelo no ayudaban, inventaron otras estrategias, hasta pensaron en romper el metal, pero el chillido era cada vez más débil. Finalmente decidieron, ya sin esperanza, suspender el rescate. Lloré un par de días más imaginando al pobre pajarito y viendo a los papás rondando alrededor del lugar.

La otra fue una de esas cosas extrañas que pueden ser casualidad pero que se quedan grabadas en la mente. El techo de la entrada de mi casa era compartido con el de la entrada de la casa vecina, una tarde, al llegar del colegio vi un copetón caminando por la viga que comunicaba las dos puertas. En la noche la vecina nos timbró, estaba muy preocupada porque su esposo no llegaba, había llamado a la oficina, a los amigos y nadie sabía nada de él. Mientras nos contaba yo veía que a pesar de la hora el pajarito seguía ahí, caminando de un lado al otro, mi mamá la acompañó hasta tarde y el copetón permanecía en su lugar. Ya en la mañana, muy temprano mi mamá pasó a preguntar si sabían algo y la vecina llorando le contó que lo habían encontrado muerto, en circunstancias extrañas. El copetón ya no estaba. Siempre me pregunté si el pajarito no sería de alguna manera el mensajero de este hombre que no pudo despedirse de su familia.

Mi primo que era bastante fan de los animales se encontró un copetón caído del nido y lo crió dándole todas las libertades posibles, lo recuerdo yendo a mi casa de visita con el pajarito en el hombro, recuerdo que volaba, exploraba y al silbar mi primo, volvía al hombro protector; yo misma tuve uno que encontré abandonado muy pequeño, con motas blancas en lugar de plumas y le di de comer arroz en pedacitos y gotas de agua que tomaba con su pico de mi uña, durante el día a pesar de tener granos servidos no comía esperándome y cuando ya volaba de un lado al otro en mi alcoba, lo regresé al lugar en el que lo había encontrado.


Definitivamente me gustan estos pajaritos que para tantas personas pasan desapercibidos, y espero seguirlos viendo picoteando migas por ahí, que sigan siendo representantes de esta ciudad que quiero y que espero pueda avanzar, a pesar de tanto político, para entonces, mis chatos, poder verla más chirriada.