22 de junio de 2015

Hablar de maltrato



  
Este camino de escritora, que lleva poco tiempo siendo de conocimiento general, pero años creciendo en silencio, me ha dado la satisfacción de poder enfrentarme con el público. Muchas veces con personas que han leído mi libro, otras con personajes que se acercan curiosos a preguntar de qué se trata. 

En ambos casos, al tocar el tema de ¨Donde guardas tus miedos¨, surge la pregunta de ¿por qué hablar de maltrato? 

Es increíble que, siendo un tema tan impactante y de consecuencias tan desastrosas para las mujeres que lo sufren y sus familias, siga ocurriendo a diario y lo sigamos viéndolo como algo normal. Las frases con las que hemos sido criados como “hay que sacrificarse para conservar la familia unida”, “un niño debe criarse con papá y mamá”, “él va a cambiar” o “él no es así”,  condenan a las mujeres formadas bajo esos parámetros, que creen que  si sus madres o sus hermanas han pasado por eso, ellas también deben “aguantar”.

La falta de conceptos claros acerca de lo que es el amor, de lo que es necesario hacer para conservar una familia unida, de lo que está bien o mal dentro de una relación de pareja, pero sobre todo la falta de amor propio, hace que muchas mujeres vean temas de maltrato como comportamientos normales por parte de su pareja o de los hombres con los que se relacionan.

No podemos permitir que se perpetúe el problema, criando hijas sumisas que acepten las realidades de sus madres y las repitan en sus hogares cuando llegan a la adultez, en mi libro Adriana sufre el abandono de su esposo y debe criar sola a sus hijos y aunque teme que la historia se repita, no hace nada por evitarlo. Debemos capacitarnos para educar hombres y mujeres con una alta autoestima, que aprendan desde pequeños a respetarse y respetar a los demás, que no permanezcan callados frente a los comportamientos de maltrato hacia ellos o hacia las personas que los rodean, que nuestras mujeres se valoren y entiendan que aunque es importante que los hijos tengan un padre, no cualquiera puede ocupar ese espacio. Alguna vez escuché que tener un piano en la casa no te hace pianista, eso aplica perfectamente para esas familias en las que el padre está ahí, de cuerpo presente, pero no se preocupa de ser padre, no le da a los hijos la importancia que merecen, no valora a su esposa, no invierte su tiempo en construir una relación sana de familia. Duerme en la casa, comparte el espacio, seguramente provee estabilidad económica, pero como el piano, si no ha cimentado una relación de afecto responsable, no es pianista.