29 de agosto de 2016

Ejercicio de escritura No.6 Plata de Ley



Llegaste con tu hermosa cara de conquistador a mi escritorio, yo puse mi mejor cara de indiferencia ante tu visita, del bolsillo de la camisa en el que viajaban toda la mañana los papelitos que dejabas en mi puesto cuando yo no estaba, esos que mandabas timbrar con tu nombre al final de la hoja y que escondías en ese bolsillo para que quedaran impregnados con tu olor, de ese mismo bolsillo sacaste algo, como mago sacando un conejo de su chistera. Esta vez el papelito tenía profundidad, qué digo, no era un papelito, era una bolsita, un sobre, un qué se yo de papel con un borde en zigzag, que a la final también estaba impregnada de tu aroma, de tu olor a hombre recién bañado, de tu perfume elegante comprado fuera. 




Con tu pase de mago la sacaste y me la acercaste, yo no quería, pero mi brazo, que como el resto de mi cuerpo se manda solo, se alargó para que mi mano la atrapara, era eso, una simple bolsita blanca, mis ojos curiosos se adentraron en ella, ellos también ignoraron mi impulso de no verte, de no dejarse hipnotizar por tus pequeñas pupilas rodeadas de ese color azul, verde, gris indescifrable. Al entrar en la bolsita se encontraron con unos aretes “plata de ley” dijiste, peruana, mexicana, ya no lo recuerdo. La figura era un rostro, en realidad dos, bueno uno que cubría al otro, una máscara frente a un rostro sostenido por una mano sin dueño. Me intimidó un poco, me recordó el teatro, las típicas máscaras sonrientes, pero estas no sonreían, estaban serias, los ojos inexpresivos, la nariz muy recta, aun así me encantaron, que más podría pasar con algo que saliera de tu camisa, me los puse feliz y me sentí afortunada, evadirte no servía, entonces solo me quedaba disfrutarte, alegrarme por los instantes en que esa mirada era solo mía, inocente los usé. 

Y no me di cuenta de que los aretes eran una representación de lo que tú eras: una cara escondida tras una máscara…

15 de agosto de 2016

El malo

Mi marido no es muy lector, pero a ratos si es novelero, nos gastamos una hora cada noche sufriendo en televisión con un drama inventado por alguien que no soy yo. Ya lo conozco y sé que lo pudre el tema de los malos en las historias. No entiende cómo los que crean la trama permiten que el malo sea malo diez, veinte, och
enta capítulos, lo que dure la producción y que a este personaje nunca le pase nada. Le pudre que haga fechorías de principio a fin y que un par de minutos antes del final se le voltee la torta y resulte siendo atrapado, desenmascarado, encarcelado o lo que le corresponda y luego: FIN.

Su alegato va a que deberíamos ver durante muchos más capítulos cuál es el destino del malo, verlo sufrir o al menos pagar por el daño ocasionado en los ene mil capítulos anteriores. Yo me rio, como cuando me pelea por los finales en punta de mis cuentos, esos en los que al terminar me pregunta - ¿y ya, así se termina?- Él espera un final elaborado en el que yo escriba qué pasó con cada personaje y para dónde van después del final, no concibe la idea de que deje abierto el desenlace para que él o quien lo lea elabore su propia continuación de la historia.

 
Ahora, que escribo como única y deliciosa labor, quiero hacerle un homenaje, permitiendo que uno de mis personajes, “el malo” tenga una mala vida desde las primeras páginas hasta un incierto final, que será seguramente en punta, tampoco puedo darle gusto en todo.

1 de agosto de 2016

Ejercicio de escritura No.5: LA PAZ




No estoy en contra de la paz como diría Juanes, es solo que creerle a los que la están “procesando” es tan complicado. No quiero entrar en detalles sobre los años que llevamos en conflicto o quien tiene la razón, la verdad a mí la política me sabe a… me sabe muy mal. Lo que sí creo es que, lejos de dejar en manos poco fiables un tema tan delicado, la paz no es algo externo que podemos comprar, canjear, condicionar. La paz es algo que debemos cultivar desde el fondo de nuestro ser, la paz que necesitamos sale de adentro, de lo que le enseñamos a nuestros hijos, de cómo nos comportamos en la calle, sale de la tolerancia, de nuestra relación con los demás, de respetar otros puntos de vista, otras creencias, otros gustos, otras formas de vivir y ver la vida.
 



Tengo mucho defectos, lo sé, mi tolerancia a veces se queda en un 10% como la batería de mi celular, pero intento recargarla cada noche, enchufándola a la energía que me da la reflexión de lo que tengo. La recargo cuando agradezco por la vida que llevo, por las satisfacciones de una familia que puede sonreír sin calcular, por el hogar en el que vivo, por los alimentos que recibo a diario, por el techo que me calienta, por las satisfacciones que da el ver que los sueños pueden volverse reales, que pueden tocarse y compartirse.



Con toda esa energía recargo mi tolerancia y aunque a ratos se agota y salgo con comentarios desatinados, me auto regaño y pienso que un país en conflicto, como una ciudad desastre, depende en una gran parte de nosotros, de lo que podemos darle a los demás. Me falta mucho lo sé, en realidad me recrimino a diario por no hacer algo. Pero me consuela un poco saber que pongo un granito de arena tratando de llevar una vida feliz y tranquila, en la que le enseño a mi hija a disfrutar, a tolerar, a agradecer. 


La paz, como dice el cliché “empieza en casa”.