Curarse.
¿En realidad existe cura para los
sentimientos? Más que curarse se decantan, les sale costra, dejan de doler, la
costra cae, la zona se insensibiliza y con el tiempo, mucho tiempo, la línea
delgada y decolorada nos recuerda lo que fue un gran dolor, ya no duele, claro,
pero si pasamos un dedo por encima, notamos que esa piel aunque se ve sana, no
siente, su forma de curarse es deshabilitar la opción de sentir. Puede ser
delgada, clara y en algunos lugares no muy perceptible, pero ahí está, ahí va a
quedarse con su sutil muerte hasta nuestra propia muerte. Algunos masoquistas
la acariciaran de vez en cuando, esperando que vuelva a sentir o recordando el
trauma que la ocasionó, quien va a saberlo, algunos otros la maquillarán para
esconderla “que nadie sepa mi sufrir” dice la canción, pero el sufrir como la
línea estará ahí grabada hasta la muerte o hasta que la cantidad de líneas
recogidas en el camino sea mayor que la piel sana y la insensibilidad mate al
portador.
¿Es eso la vida? Acumular
dolores, dejarlos cicatrizar, maquillarlos, ¿es acaso eso el amor? ¿Acumular
líneas que evidencian los fracasos?
Es posible en un acto de locura
hacer una incisión alrededor de la línea ya vieja, retirarla en las capas
necesarias y crear una nueva cicatriz que empiece el ciclo pero que nos
recuerde ya no ese dolor del pasado sino un dolor nuevo, creado, pedido,
buscado. Uno que aunque sea mayor logre borrar el anterior.
¿Qué nos empuja a seguir cayendo?
a seguir buscando ideales que sabemos que tienen una alta probabilidad de convertirse
en cicatrices, en líneas blancas que insensibilizan secciones cada vez más
extensas de nuestra piel. ¿Qué nos permite seguir viviendo, ajenos a la
cantidad de líneas que nos atraviesan insensibilizándonos lentamente,
mortalmente?
¿Terminar un texto con preguntas
tiene sentido? ¿Lo encontrará algún día alguien que le dé respuesta? Y si eso
pasa, ¿servirá de algo si el que lo escribió nunca recibe el mensaje del que
logró responderlo?