A veces creo que la escritura es
un vicio como tantos otros, en este momento, mi cuerpo, erizado de frio me pide
que le traiga un saco, pero mi cabeza que se encarreta escribiendo no le hace
caso. En muchos momentos, mi mente se emociona creando historias y necesitando
desesperadamente un pedazo de papel para escribirlas, he intentado grabarlas,
dictarle a una máquina lo que imagino para luego, transcribirlas en mi
computador, pero así no funciona. Mi cerebro no logra poner en orden lo que
quiero decir si no tiene enfrente un cuaderno con un esfero que escriba “rico”
o un teclado que suene a medida que presiono las teclas. En el caso de las
teclas, cuando logro una buena velocidad, mi mente se emociona y manda más y
más palabras para teclear.
Por instantes mi mente se
dispersa y pienso en lo que tengo por hacer, en lo que no terminé, en la tarea
que me espera, pero el deseo de seguir aquí, convirtiendo en letras mis
pensamientos, le ganan a cualquier otra labor, otras veces, distraída en mi
cama me atacan unas ganas locas de escribir algo, entonces me paro de la
comodidad y el calorcito de las cobijas, busco mi cuaderno y lo incluyo en la
pereza de la cama, pongo algo de música sin letra para que no me quede divagando
entre las notas y es cuando pienso que la escritura, es un vicio, una necesidad
que me he creado, un disparador de mi imaginación y de mi adrenalina, un escape
que me aleja de lo que esté viviendo, alegre o fascinante, no importa, las
ganas de escribir ponen todo de lado y me dan un placer apenas comparable con
el que debe sentir un enfermo cuando la droga que lo calma entra en su
torrente. Eso quiero, inyectarme diariamente con esta droga que me hace feliz,
que me dispara las endorfinas y que genera en mí una sensación de grandeza que
me dura todo el día.