Se levantó con el pie izquierdo,
era natural, dormía del lado izquierdo de la cama. La madrugada la pasó
tapándose la cabeza con la almohada queriendo evitar el molesto zumbido de un
zancudo, empeñado en hacer de ella su cena. La ventana no auguraba un día mejor
que la noche. Estaba oscuro, parecía que no amanecía, la lluvia golpeteaba en
la cornisa.
Levantó el cepillo de dientes con
las manos húmedas y ya untado de crema se le resbaló, manchando de blanco la
camisa azul del uniforme. Salió tarde con la mancha oscura en el pecho,
renegando después de lavar el pedacito de camisa para sacarle el dentífrico.
Al llegar apresurada a la
oficina, soltó la cartera sobre el escritorio, el teléfono timbraba
desesperado, contestó y se encontró con la desagradable voz de Cristina, su
jefa, que sin saludar la regañó por no estar sentada en su puesto – ya estoy llegando
y usted como siempre tarde, me va a tocar tomar medidas – le dijo con su peor
tono. Pues que tome medidas pensó furiosa, pero debía calmarse, no podía
contestarle lo que se merecía, de hacerlo, pasaría a engrosar el abundante
grupo de desempleados del país.
Decidida a cambiar de actitud
para así cambiar su suerte, respiró profundo y se paró para ir al baño, la
manga del saco se enredó en la cartera que cayó al piso haciendo que sus cosas
se desparramaran por el suelo, el espejo con forma de flor se partió en
pedazos, el celular por un lado, la pila por otro, la bolsita de kleenex, el
cepillo lleno de pelos enmarañados, el monedero, la hebilla rosada, el
tarjetero abierto y las tarjetas regadas, el frasco de vitaminas, la sombrilla
torcida, la crema de manos. Sobre el impecable piso de cerámica blanca, sus
sombras recién compradas se convirtieron en una mezcla de polvo de colores, la
sangré se le agolpó en la cabeza mientras se agachaba a recoger el reguero.
- ¡Viviana por favor! Mire cómo
volvió el piso y ese desorden, traiga un trapero, ¡haga algo que no demoran en
llegar los señores de Colbacol y usted ahí y la oficina vuelta mierda! - le gritó
Cristina que llegaba justo en ese momento. Tras su jefa venía Julio Cesar, el
celador morboso que la acosaba a diario con sus ojos que parecían manosearla
desde lejos
- ¿Mamacita qué le dio, le ayudo?
– dijo acurrucándose muy cerca, mirándole descaradamente el botón desapuntado
de la blusa
Se le nubló la mente, Julio Cesar
a su lado con su olor a cebolla, a queso rancio, al agacharse le tocó como sin
querer la nalga, ella volteó a verlo enfurecida y sus ojos se detuvieron en el
arma que colgaba del cinturón. Haciendo gala de una habilidad insospechada la
tomó, y sin haber usado nunca una pistola, le quitó el seguro como una experta
disparando justo en el pecho del hombre, que voló un par de metros con cara de
pavor. Cristina se asomó a ver qué pasaba y la bala la devolvió de golpe, ya en
el piso la miró desconcertada
- Malparida – dijo Viviana fríamente
repitiendo el disparo, le dio un tercer balazo para asegurarse de no tener que
volver a aguantarla.
Se unió a la escena Jose
Valdivieso, el jefe de contabilidad que asustado por los tiros llegó corriendo sin
darse cuenta del error mortal que acababa de cometer, ella recordó todas las
veces que le hizo repetir los informes por mínimos detalles y en su mente se
hizo vívido ese sábado 10 de julio en que la obligó a ir a archivar a pesar de
que era su cumpleaños, también recordó ese día en que por su culpa Cristina la
gritó frente a todo el departamento, se ganó dos tiros cargados de odio.
No sabía cuántas balas le
quedaban, caminó hacia la recepción, allí estaba Angela, le daba la espalda,
Angela con sus pretensiones de modelo, Angela con sus comentarios mordaces,
Angela que le coqueteaba descaradamente a Víctor, a su Víctor mientras que la
esperaba en las tardes. El primer tiro le hirió el hombro, casi se descacha,
habría sido una lástima, rodeó el escritorio de la recepción apuntándole a la
cara con una tranquilidad aterradora, la escuchó balbucear, llorar, rogar y
entonces su dedo le transmitió todo el sentimiento que le generaba, un tiro en
el pecho, luego otro, otro más, no contó cuántos, hasta que el arma hizo un
ruidito insignificante tan diferente al estruendo del balazo. La aterradora
máquina de muerte se quedó sin munición, y ella sin ganas. La dejó caer al piso
ya inútil y caminó impasible hacia la calle, algunos curiosos miraban desde
fuera del edificio sin sospechar que la mujer de facciones relajadas que se
alejaba tranquila, acababa de asesinar a cuatro personas.
Estima Escritora, su narrativa describe lo que hace algunos años nos dejaba sin palabras pero que hoy es común, entonces que nos producirá escalofrío?? muy buen cuento.
ResponderEliminarMarthape