Su paso constante y monótono, el ruido
del agua y el cansancio le cerraban los ojos, probó dejarlos, el chasquido del
agua recién pisada la regresó al caminar, debía cuidarse de no pisar los
charcos, pero ya sentía la humedad del agua entre los dedos, entonces, para qué
evitarlos. El rítmico sonar de las gotas la hipnotizaba, la semana de trabajo
le pesaba en los párpados, sus propios pasos cadenciosos la acunaban.
Dejó que se cerraran, no luchó más, se
quedó dormida.
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