Mi marido no es muy lector, pero a ratos si es novelero, nos gastamos una
hora cada noche sufriendo en televisión con un drama inventado por alguien que
no soy yo. Ya lo conozco y sé que lo pudre el tema de los malos en las
historias. No entiende cómo los que crean la trama permiten que el malo sea
malo diez, veinte, och
Su alegato va a que deberíamos ver durante muchos más capítulos cuál es el
destino del malo, verlo sufrir o al menos pagar por el daño ocasionado en los ene
mil capítulos anteriores. Yo me rio, como cuando me pelea por los finales en
punta de mis cuentos, esos en los que al terminar me pregunta - ¿y ya, así se
termina?- Él espera un final elaborado en el que yo escriba qué pasó con cada
personaje y para dónde van después del final, no concibe la idea de que deje
abierto el desenlace para que él o quien lo lea elabore su propia continuación
de la historia.
Ahora, que escribo como única y deliciosa labor, quiero hacerle un homenaje,
permitiendo que uno de mis personajes, “el malo” tenga una mala vida desde las
primeras páginas hasta un incierto final, que será seguramente en punta,
tampoco puedo darle gusto en todo.
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