Ahora que el tema del asesinato
de Yuliana Samboni ha dejado de aparecer en
todos los periódicos, ahora que imagino a sus padres tratando de aprender a
vivir sin ella, me pregunto ¿cómo se forma a un asesino? Que digo asesino, en
este señor esa palabra es un halago, ¿cómo se forma a un ser tan repugnante? Así
como me pregunto lo que deben estar sintiendo los padres de la pequeñita
asesinada, me pregunto también que tipo de personas son los padres de un
personaje que es capaz de secuestrar, torturar, violar y asesinar a una niñita
de siete años, porque definitivamente somos lo que nuestro entorno hace de
nosotros, si es cierto que hay rasgos de carácter que vienen de la cuna, pero nuestro
comportamiento está regido por lo que aprendemos en el seno de la familia y
nuestro carácter se modela con lo que vamos aprendiendo en el camino. Entonces
¿qué tantos errores cometieron esos padres para que su hijo resultara siendo un
monstruo?
¿Qué hace que un ser con todas la
comodidades, las posibilidades, las atenciones, resulte siendo un despiadado
asesino? ¿O será precisamente el exceso de comodidad y el no haber tenido
restricciones ni reglas lo que dio como resultado a este degenerado?
Hace un tiempo, en una reunión
del colegio de mi hija, el cura nos contaba que se encontró con una niña de
once que se cayó y se rompió la nariz, entonces él le preguntó y ¿porque no
pusiste las manos? Entonces nos explicó que como padres, estamos atentos a que
nuestros hijos no se lastimen y corremos como héroes a rescatarlos antes de que
caigan al piso, la consecuencia: los niños no saben poner las manos cuando se
caen, están acostumbrados a que alguien los salve del peligro y no tienen los
medios para enfrentar una simple caída.
Me pregunto si estos padres que
taparon cada uno de los errores de su hijo, que saltaron para protegerlo de sus
malas acciones no son los culpables de que ahora cometa actos tan bajos y esté
tan tranquilo, porque lo que hicieron los hermanos fue correr como héroes a
tapar las atrocidades cometidas por el asesino y seguir así el círculo de
complicidad aprendido en la casa. Yo personalmente no taparía un hecho tan
desgarrador e inhumano, ni viniendo de mi propia sangre, pero por ahora y con
la certeza de que en mi familia no incubamos asesinos, dejemos que nuestros
hijos se caigan y se raspen la rodilla para que aprendan a poner las manos.
Acompañémoslos cuando tengan que
cumplir con un castigo del colegio permitiéndoles enfrentar las consecuencias
de sus errores para que el día de mañana, habiendo aprendido de lo pequeño,
sepan distinguir entre el bien y el mal y escojan el camino correcto.
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