Este camino de escritora, que
lleva poco tiempo siendo de conocimiento general, pero años creciendo en
silencio, me ha dado la satisfacción de poder enfrentarme con el público.
Muchas veces con personas que han leído mi libro, otras con personajes que se
acercan curiosos a preguntar de qué se trata.
En ambos casos, al tocar el tema
de ¨Donde guardas tus miedos¨, surge la pregunta de ¿por qué hablar de
maltrato?
Es increíble que, siendo un tema
tan impactante y de consecuencias tan desastrosas para las mujeres que lo
sufren y sus familias, siga ocurriendo a diario y lo sigamos viéndolo como algo
normal. Las frases con las que hemos sido criados como “hay que sacrificarse
para conservar la familia unida”, “un niño debe criarse con papá y mamá”, “él
va a cambiar” o “él no es así”, condenan
a las mujeres formadas bajo esos parámetros, que creen que si sus madres o sus hermanas han pasado por
eso, ellas también deben “aguantar”.
La falta de conceptos claros
acerca de lo que es el amor, de lo que es necesario hacer para conservar una
familia unida, de lo que está bien o mal dentro de una relación de pareja, pero
sobre todo la falta de amor propio, hace que muchas mujeres vean temas de
maltrato como comportamientos normales por parte de su pareja o de los hombres
con los que se relacionan.
No podemos permitir que se perpetúe
el problema, criando hijas sumisas que acepten las realidades de sus madres y
las repitan en sus hogares cuando llegan a la adultez, en mi libro Adriana
sufre el abandono de su esposo y debe criar sola a sus hijos y aunque teme que
la historia se repita, no hace nada por evitarlo. Debemos capacitarnos para educar
hombres y mujeres con una alta autoestima, que aprendan desde pequeños a
respetarse y respetar a los demás, que no permanezcan callados frente a los
comportamientos de maltrato hacia ellos o hacia las personas que los rodean,
que nuestras mujeres se valoren y entiendan que aunque es importante que los
hijos tengan un padre, no cualquiera puede ocupar ese espacio. Alguna vez
escuché que tener un piano en la casa no te hace pianista, eso aplica
perfectamente para esas familias en las que el padre está ahí, de cuerpo
presente, pero no se preocupa de ser padre, no le da a los hijos la importancia
que merecen, no valora a su esposa, no invierte su tiempo en construir una
relación sana de familia. Duerme en la casa, comparte el espacio, seguramente
provee estabilidad económica, pero como el piano, si no ha cimentado una
relación de afecto responsable, no es pianista.
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