Me impresiona que una figura de la importancia del mayor
mandatario de la iglesia católica, se comporte como lo hace el Papa Francisco,
derrumbando sin pretensiones, tradiciones y legados de opulencia y ostentación.
Hacer recorridos en un carro como el que cualquier colombiano clase media puede
comprar, usar telas sencillas sin brocados impresionantes, acercarse a las
personas con interés genuino ignorando las cámaras. Hacer las cosas que hace
portándose como un ser humano congruente con las lo que profesa es tan extraño
como el personaje que se encuentra una billetera y la devuelve sin antes
desvalijarla.
Y no debería ser extraño, debería ser lo normal y no
sorprendernos; como debería ser normal que las personas que pregonan pertenecer
a una iglesia, la que sea, que habla de amor y respeto al prójimo, practicaran
esto como principio básico. Desafortunadamente no es así, entonces nos
encontramos con el personaje que cumple con asistir a su culto, rezar, cantar,
tomarse de las manos con sus vecinos durante la ceremonia y a la salida se atraviesa
como un atarbán pisoteando a sus amados hermanos, o llega a la casa santificado
a gritar a sus hijos y maltratar a su mujer.
¿Es tan difícil ser coherente? A veces siento que la
coherencia es tan ajena al ser humano como el sentido común, que es el menos
común de los sentidos.
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