Soñé que me quedaban dos días de vida. En mi sueño empezaba
a ordenar todo, a marcar mis cosas con el nombre de quien debía heredarlas,
pero mientras lo hacía, una tristeza inmensa empezó a invadirme. Lloraba y mis
lágrimas que empezaron siendo de dolor, se convirtieron en lágrimas de rabia
¿por qué a mí? Con todo lo que queda por hacer, con todas las cosas que aún
están pendientes, tanto por conocer, tanto por probar, tanto por vivir y solo 2
días.
Y es que justo cuando se nos acaba el tiempo es que nos
damos cuenta de todo el que perdimos. Cuando suena el aviso de que van a
cerrar es que nos percatamos de lo demorados que somos en cosas que no merecen
nuestro tiempo. Pasamos por la vida sin prisa, caminando lento y cuando
queremos correr, los músculos entumecidos dan cuenta de los años que han
pasado. Lo que antes era normal ahora implica esfuerzo, entonces la realidad se
nos sienta al lado y nos sonríe irónica, parece decirnos: lo desperdiciaste ¿no?
Se confabula con el cuerpo que sigue creyéndose inmortal y
entre los dos nos dan una lección que puede ser un deje de campanas anunciando
que viene el momento, pero que generalmente es el repique final, cuando ya es
muy tarde para cualquier cosa.
“No dejes para mañana…” Mañana mismo empiezo, diría Felipe.
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