24 de junio de 2025

Barquito

 

Ya no sentía la arena entre los dedos, la costumbre, pensó. Al principio cuando salía a caminar por la playa, la sensación de la arena invadiendo ese espacio privado e intocable entre los dedos de los pies le parecía molesta y la distraía del paisaje de olas que se perdían en la distancia. Si de casualidad pisaba una concha, la emoción del atardecer rojo se le nublaba. Pero sus pies, ya acostumbrados a la arena no la distraían cuando caminaba descalza por ese paisaje que pasó de novedad a cotidiano.

 

Acomodó el morral en el que llevaba empacada una sinopsis de sus años juntos, un par de recuerdos de las fechas que no celebraban, las prendas que con tanta devoción le quitó. En la neverita la ración que acostumbraban comer en los intervalos que la pasión les permitía. En la billetera dobló los atardeceres que veían abrazados, el arrullo de las olas que los acompañaban mientras se quedaba dormida entre sus brazos.

 

En el estuche de los audífonos se llevó los cantos de las gaviotas, los truenos de alguna noche de tormenta. Se subió al barquito sacudiéndose la arena que se empeñaba en ir con ella y se sentó a esperar que la marea o el viento empujaran su voluntad y la alejaran de ese lugar que alguna vez fue su paraíso.

 

Navegó sin convicción rogando al destino que la llevara a buen puerto, que tomara las decisiones que ella se negaba, sin mirar atrás, sin fuerza para remar.

 

El sol del atardecer se hundía en el horizonte lentamente, al ritmo de su barquito de papel.