27 de enero de 2024

Sirena

Al dar el paso su cabeza se llenó de imágenes. La primera fue la de la sirena rota en mil pedazos sobre el suelo, la cabeza partida en dos, los labios que tanto trabajo le costó pintar para que el rojo no se saliera ni medio milímetro de las comisuras, los risos verdes convertidos en polvo, las piedras en las que estaba sentada con sus múltiples tonalidades de marrones y grises hechas pedazos. La discusión con Francisco, sus gritos, el odio que sintió crecer en su interior al ver destrozada la única cosa hermosa que la alejaba de la vida de mierda que tenía, hecha trizas en el piso. Todo por él, todo era su culpa, todos los engaños, la vida maravillosa que le prometió con su charla embaucadora, con sus modales finos, todas las mentiras, todas las infidelidades.

 

La segunda imagen que le pasó por la mente fue la de Roberto, ese día en que se quedó trabajando hasta tarde, ese día que la vio a los ojos con esa calidez que le regalaba a todas las demás mujeres de la oficina excepto a ella, por ser la jefe suponía. Finalmente la notaba, se daba cuenta de su existencia, finalmente la miraba con ojos diferentes. Después de meses de detallarlo, de ser más amable con él que con cualquier otra persona del piso, luego de intentar mil acercamientos y mover fichas para conseguirle beneficios, luego de todo ese trabajo y de aguantar las habladurías que resonaban a su espalda “la jefecita le echa los perros” había escuchado sin querer en el corredor. Resistió eso y más por una sola mirada, por la promesa de un café juntos.

 

Ese día que tenía que ir en la tarde al colegio de Sol a arreglar otro de los problemas que su hija mayor causaba cada semana. Ese día no le importó incumplirle al colegio, a Sol, a su marido que llegaría furioso a gritarle. Esa tarde día que pasó en su escritorio mirando insistentemente la puerta, esperando que Roberto apareciera para ir por el café prometido. 

 

La imagen con la que se encontró al ir a buscarlo, ya era tarde, su marido la acosaba en el celular por no haber llegado, por no aparecer en el colegio, que tenían hambre y ella no llegaba, la tarea pendiente de Marcela. Los pensamientos se  le borraron de la mente cuando por fin encontró a Roberto en el cuartico de la fotocopiadora, el pantalón a media pierna, Yohana la del archivo de espalda contra la pared disfrutándolo. Los miró unos segundos, los necesarios para que se le borrara del recuerdo la mirada amable de Roberto, un café, unos minutos de atención, la posibilidad de conseguir un cómplice que la escuchara, un confidente para sus desgracias, un descanso a la vida aburrida e intranquila que llevaba. En cambio se encontró con las horas que perdió pensando en él, los castillos que edificó sin cimientos, los comentarios, las recriminaciones.

 

La siguiente imagen que se formó en su cabeza mientras el viento arrastraba su cabello fue la del entierro de sus padres, intercalada con la del carro destrozado aun con manchas de sangre que vio pasar en la grúa cuando llegó a firmar los documentos del seguro. Los ataúdes sellados escondiendo los cuerpos deformados por la violencia del impacto. El informe técnico que dejaba abierta la sospecha de una falla en los frenos y que a ella le dio la certeza de que no había sido un accidente, estaba segura de que su padre sospechaba como ella que los cambios repentinos en su madre estaban motivados por alguien. El nuevo corte, el cambio de color, la inscripción al gimnasio después de años de descuido físico. Ambos sabían que el buen humor que la acompañaba estaba relacionado con las salidas y las mil excusas que inventaba últimamente. Los frenos no fallaron por desgaste, tenía la certeza de que su padre era el causante de la falla prefiriendo morir con ella a verla feliz con alguien más.

 

Disfrutó la sensación de desconexión, su cuerpo flotando, relajado, mientras su mente trabajaba aceleradamente. Los minutos que lograba robarle al sábado para trabajar en su sirena, el placer de crear colores en la paleta para lograr sombras en las algas que enredaban  la figura, los tonos metálicos para resaltar las escamas de la cola de su hermosa mujer pez. La sensación de paz opacada por la última pelea en la que Francisco la insultaba por perder el tiempo pintando ese “esperpento” en lugar de poner la casa en orden. Esa ira que le incendió la cara un instante antes de impactar el suelo. Un instante en que el aire abandonó su cuerpo antes de golpear el pavimento y destrozarse en el impacto igual que su sirena de porcelana.

 

Febrero 5, 2016

23 de enero de 2024

Cuando los cuadernos se vuelven tentaciones.

Cuaderno nuevo, tan tentador como un libro nuevo. Tengo muchos cuadernos empezados, creo que nunca en mi vida he llenado uno, no, estoy segura de que nunca en mi vida he llenado todas las páginas de un cuaderno. Se quedan por ahí con hojas de apuntes, de información y de cuentos, hasta tengo un par con capítulos de mis novelas, esas que me da por escribir a mano temiendo que se pierdan en el movimiento involuntario de la tecla equivocada.

 

Me encantan los pequeños, porque puedo llevarlos a todas partes, pero para escribir de verdad, los mejores son los grandes, de pasta dura y argollas para tener un buen apoyo. Me gusta hacer el ejercicio de dejarme llevar por las letras, sin pensar si lo que escribo va a ser leído o si se va a quedar aquí, abandonado en esta hoja de cuadros. Prefiero los cuadros a las rayas, me dan una extraña sensación de orden. En el colegio era obligatorio dibujarles márgenes, figuritas hechas en los cuadros superiores e inferiores que podían llevar varios colores o ser más simples de uno solo. Me emocionaban los primeros días, pero luego se convertían en una pesadilla cuando llegaba el momento de la revisión de cuadernos y las márgenes estaban presentes solo en las primeras hojas, entonces, la tarea era dibujar las que faltaban, tarde en la noche, sentada en el piso apoyando el cuaderno sobre la cama, maldiciendo en silencio y viendo la mala cara de mi mamá que no soportaba ver que hiciera las tareas en tan mala posición. 

 

Antes los cuadernos eran sinónimos de tareas, más adelante fueron compañeros de novedad en la universidad, además de confidentes de nuevas experiencias. Ahora son tentaciones, distractores que me alejan de lo que hay que hacer y lo transforman en placer.

 

No puedo evitarlo, debo llenar al menos una hoja cuando los veo por ahí con sus espacios tan blancos, tan vacíos, hacerlos míos con la irregularidad de unas letras que empieza siendo redondas y parejas para convertirse en figuras largas, unidas, sin orden establecido en sus nexos, que me recuerdan vagamente a la letra pegada que nunca dominé. Entonces, cuando pasan a ser más garabatos que letras, se vuelven un inconveniente a la hora de convertirse en un texto transcrito en el computador, porque para descifrarlas, debo muchas veces analizar el contexto y descifrar así lo garabateado. 

 

Mis queridos cuadernos, ojalá alguien los encuentre y los disfrute antes de destruirlos, para ese alguien va un gracias desde un lugar remoto del pasado.

 

Marzo 29 del 2016