13 de septiembre de 2017

Vino el Papa, se fue el Papa.






Me impresiona que una figura de la importancia del mayor mandatario de la iglesia católica, se comporte como lo hace el Papa Francisco, derrumbando sin pretensiones, tradiciones y legados de opulencia y ostentación. Hacer recorridos en un carro como el que cualquier colombiano clase media puede comprar, usar telas sencillas sin brocados impresionantes, acercarse a las personas con interés genuino ignorando las cámaras. Hacer las cosas que hace portándose como un ser humano congruente con las lo que profesa es tan extraño como el personaje que se encuentra una billetera y la devuelve sin antes desvalijarla.


Y no debería ser extraño, debería ser lo normal y no sorprendernos; como debería ser normal que las personas que pregonan pertenecer a una iglesia, la que sea, que habla de amor y respeto al prójimo, practicaran esto como principio básico. Desafortunadamente no es así, entonces nos encontramos con el personaje que cumple con asistir a su culto, rezar, cantar, tomarse de las manos con sus vecinos durante la ceremonia y a la salida se atraviesa como un atarbán pisoteando a sus amados hermanos, o llega a la casa santificado a gritar a sus hijos y maltratar a su mujer.


¿Es tan difícil ser coherente? A veces siento que la coherencia es tan ajena al ser humano como el sentido común, que es el menos común de los sentidos.

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