23 de marzo de 2011

La Tercera - Primer capítulo

La reunión estaba programada para las dos de la tarde y se preguntó porque no la había cambiado para las tres, -esa costumbre absurda de la gente de poner reuniones justo después del almuerzo- pensó. Faltaban cinco minutos para las dos y unas veinte cuadras para llegar a Cubículo la empresa en la que lo esperaban; ni volando iba a alcanzar y menos con el trancón que empezaba a formarse unas cuadras adelante, el estrés lo hacía manejar diferente, era más agresivo y no le importaba cerrar a alguien o saltarse una fila para cruzar, cosas que en condiciones normales nunca hacía. Concentrado en imaginar una vía diferente para huir de la congestión, sintió que alguien le golpeaba el hombro mientras lo llamaba por su nombre, dio un salto al tiempo que su brazo hizo un movimiento brusco y el Bora dio un giro a la derecha, un Optra que venía en ese carril un poco más atrás lo esquivó con dificultad mientras su conductor se pegaba al pito, recuperó el control y regresó a la fila asustado, el del Optra con el que había estado a punto de estrellarse lo cerró mientras su conductor le gritaba “loco hijueputa”.

Se detuvo a un lado con las luces de parqueo encendidas, giró su cuerpo y se inclinó para revisar el piso y las sillas de atrás, era absurdo pero buscaba a alguien dentro del carro, notó su respiración acelerada, bajó la ventana para que entrara aire mientras que trataba de explicarse lo ocurrido, definitivamente no había nadie en el carro, entonces ¿quién le había tocado el hombro?, ¿se lo había imaginado?, ¿era posible que la simple imaginación hubiera creado una sensación tan real en su hombro? El reloj lo acosaba, ya eran las dos, prendió el carro y trató de arrancar, pero al sacar el embrague se percató del temblor en su pierna, el carro también lo notó y se apagó; lo intentó de nuevo y al no dejar de temblar el vehículo cajoneaba y se apagaba; respiró profundo y se dio cuenta de que tenía que calmarse para poder seguir.

Estaba detenido en la mitad de la avenida, una tienda de barrio desentonaba en medio de los edificios de fachadas en vidrio y acero, entró y pidió una botella de agua - Mil quinientos - le dijo una señora desaliñada, buscó en el bolsillo el porta billetes Mont Blanc, sacó uno de dos mil viendo sus manos temblar y le pagó a la señora, la dejó con la moneda de quinientos estirada en la mano y se subió de nuevo al carro, no daba propinas a menos que las pagara la empresa, pero detestaba cargar monedas. Con dificultad por el temblor destapó la botella y se tomo un par de sorbos que se negaban a bajar por la garganta. Respiró profundo tratando de relajarse; irónicamente los cantos de Enigma lo regresaron a la realidad, era su celular “Oficina” decía la pantalla,

- ¿Aló?
- Señor Rugeles están llamando de Cubículo
- Si, ya sé, estoy en un trancón, dígales que si me pueden esperar diez minutos, si no, cancele la reunión - y cortó la llamada.

Cerró los ojos, respiró, un sorbo más de agua; ya su brazo no temblaba y se convenció de que lo había imaginado todo, de nuevo sonó el celular

- ¡Qué pasó! - dijo con tono molesto
- Lo esperan para la reunión - dijo Liliana,
- Está bien, llego en unos minutos.

Finalmente pudo arrancar sin problemas, no tenía cabeza para pensar en rutas alternas así que resignado siguió lentamente tras los demás carros, subió el volumen de la música para no escuchar “voces imaginarias” y llegó a la reunión antes de las tres.

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