9 de marzo de 2016

Rompecabezas




Hace muchos años, cuando la escritura era solo un pasatiempo que se quedaba abandonado en las páginas finales de un cuaderno de universidad, leía a los famosos y me preguntaba que tenían en la cabeza, que los llevaba a crear historias que lograban sorprenderme, inquietarme o a veces aburrirme.

Me pasaba, como me sigue pasando cuando escucho con detenimiento la letra de una canción, que intentaba descifrar cada palabra, cada frase usada para hacerme una idea del propósito de la historia. Un dolor, una decepción, un amor incomprendido, un hijo perdido. Algunas veces, busco en Internet la biografía del autor para, en un trabajo de detective, descubrir que pasaje de su existencia está plasmando en lo escrito. Con los avances tecnológicos es más fácil la tarea, aun así, si pudiera tener un don sobrehumano, me encantaría ser un narrador omnisciente en la vida real, poder seguir a las personas, ver que hacen tras las puertas cerradas, poder entrar a sus mentes y desenmascarar la verdad de sus gestos, saber con certeza que esconde una sonrisa o un guiño, escuchar el discurso que esconde un silencio, el verdadero sentido de un comentario suelto.

Ahora que puedo tocar y sentir uno de mis libros, pronto dos, que puedo con ojos de lector desprevenido recorrerlos, cambian las preguntas. Ya no busco entrevistas hechas al autor para juntar fichas de rompecabezas entre lo que ha vivido y lo que narra, ahora puedo leer en ellos una frase y saber si tiene relación con mi vida o no, entonces, ahora que estoy al otro lado del texto, me pregunto si alguien allá afuera está haciendo la tarea con mis historias de buscarme ahí, de querer saber si lo que escribo es una consecuencia o un resultado de lo que he vivido y en silencio sonrío, en silencio enrojezco, en silencio medito, porque cuando volteo el ejercicio y analizo mis escritos, los ordeno en el piso como fichas por colores, separando azul de cielo de azul de mar, agrupando verdes claros y verdes más oscuros, y veo desde arriba el trabajo por hacer, las fichas por juntar, entiendo que al cerebro lo alimentan las vivencias, pero su capacidad de crear es tan ilimitada, que podría fácilmente confundir al más experto psicoanalista. Que no vale cuanto investigue al autor de un texto, armar un rompecabezas de lo que plasma en el papel siempre va a ser una tarea imposible.

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