Esto lo escribí en 1998 y apareció en una limpieza del computador.
Cada vez que pienso en un cuento, me convierto en la
princesita que quería la luna; era una historia que hacia parte de un libro
grande y pesado, lleno de cuentos, algunos de hadas, que no era para niños por
su peso y tamaño, pero sí lo era por su contenido; y en la pasta, tenía un
dibujito dorado (o era plateado?), que era el mismo que ilustraba el cuento,
una niñita en pijama, con una coronita en la cabeza, (porque era una princesita),
parada de puntitas sobre el techo de una torre, que estiraba sus bracitos para
poder alcanzar la luna, una luna delgada y melancólica, que se balanceaba en el
cielo, ajena a los llantos de la princesita que no lograba alcanzarla.
No he podido nunca recordar el cuento, mucho menos el final,
solo sé que en mi libro, sin importar a qué hora lo viera, siempre iba a
encontrar a la pobre princesita llorando por su lejana luna.
Y algunas veces siento que soy eso, una princesita
inconforme, que tiene todo lo que las demás niñas (que no son princesitas)
pueden soñar, y que a pesar de eso, busco un imposible, para que mi llanto
tenga algún motivo, una luna inalcanzable, una estrella brillante, cualquier
cosa que justifique (aunque sea de mentiritas), una tristeza que ni siquiera yo
logro explicar.
¿Sera normal, será que me escapé de la caratula de un viejo
libro, y que estoy condenada a llorar por la luna, será que me acerco a la
menopausia precoz, será que debo buscarme un buen psicoanalista que me cobre
$50.000 por sesión?, ¿o me servirá otra vaciada gratis de alguien que me quiera
par que se me quite la pendejada?
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