16 de junio de 2020

Punto de vista


Siempre había disfrutado su ventana, mirar por su ventana, abrir su ventana en las mañanas y dejar que el aire frío invadiera y limpiara su cuarto. Correr la cortina para dejar que la luz del sol calentara la mitad de su cama y una parte del tapete. Siempre había disfrutado asomarse un poco y ver a lo lejos el tráfico y la gente, los buses repletos de personas mal encaradas. Siempre había agradecido el estar observando desde lo alto la congestión y una que otra pelea de los peatones con los oficinistas que pasaban por el andén en sus bicicletas. Respiraba profundo y agradecía al cielo no tener que ser uno de esos oficinistas apurado en su bicicleta o una de esas mujeres apretujadas en el bus.

Pero ese día abrió de mala gana su ventana, afuera no había tráfico, ni buses, ni oficinistas. El aire que entraba era más limpio pero ya no la emocionaba, estar dentro ya no era una bendición, se había convertido en una obligación y eso, eso no lo soportaba.

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