Llegaste con tu hermosa cara de
conquistador a mi escritorio, yo puse mi mejor cara de indiferencia ante tu
visita, del bolsillo de la camisa en el que viajaban toda la mañana los
papelitos que dejabas en mi puesto cuando yo no estaba, esos que mandabas
timbrar con tu nombre al final de la hoja y que escondías en ese bolsillo para
que quedaran impregnados con tu olor, de ese mismo bolsillo sacaste algo, como
mago sacando un conejo de su chistera. Esta vez el papelito tenía profundidad,
qué digo, no era un papelito, era una bolsita, un sobre, un qué se yo de papel
con un borde en zigzag, que a la final también estaba impregnada de tu aroma,
de tu olor a hombre recién bañado, de tu perfume elegante comprado fuera.

Y no me di cuenta de que los aretes eran una representación de lo que tú eras: una cara escondida tras una máscara…