No estoy en contra de la paz como diría Juanes, es solo que
creerle a los que la están “procesando” es tan complicado. No quiero entrar en
detalles sobre los años que llevamos en conflicto o quien tiene la razón, la
verdad a mí la política me sabe a… me sabe muy mal. Lo que sí creo es que,
lejos de dejar en manos poco fiables un tema tan delicado, la paz no es algo
externo que podemos comprar, canjear, condicionar. La paz es algo que debemos
cultivar desde el fondo de nuestro ser, la paz que necesitamos sale de adentro,
de lo que le enseñamos a nuestros hijos, de cómo nos comportamos en la calle,
sale de la tolerancia, de nuestra relación con los demás, de respetar otros
puntos de vista, otras creencias, otros gustos, otras formas de vivir y ver la
vida.
Tengo mucho defectos, lo sé, mi tolerancia a veces se queda
en un 10% como la batería de mi celular, pero intento recargarla cada noche,
enchufándola a la energía que me da la reflexión de lo que tengo. La recargo
cuando agradezco por la vida que llevo, por las satisfacciones de una familia
que puede sonreír sin calcular, por el hogar en el que vivo, por los alimentos
que recibo a diario, por el techo que me calienta, por las satisfacciones que
da el ver que los sueños pueden volverse reales, que pueden tocarse y
compartirse.
Con toda esa energía recargo mi tolerancia y aunque a ratos
se agota y salgo con comentarios desatinados, me auto regaño y pienso que un
país en conflicto, como una ciudad desastre, depende en una gran parte de
nosotros, de lo que podemos darle a los demás. Me falta mucho lo sé, en
realidad me recrimino a diario por no hacer algo. Pero me consuela un poco
saber que pongo un granito de arena tratando de llevar una vida feliz y
tranquila, en la que le enseño a mi hija a disfrutar, a tolerar, a agradecer.
La paz, como dice el cliché “empieza en casa”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario