22 de marzo de 2024

El amor

Empezó fantasioso, ideal, de lejos; como solo puede ser a los quince años. A los diez y nueve fue doloroso, grande y doloroso, como solo puede ser al juntar la inexperiencia con el personaje equivocado, parecía amor, parecía eterno, pero después de una argolla marcada con el nombre del novato se convirtió en un “corre por tu vida”.

 

Entonces apareció y no parecía, se escondía tras unas cejas gruesas y una cara de autosuficiencia. Era el amor y era intenso, como solo puede ser a los veinte, obsesivo, hermoso, misterioso, fascinante, inmaduro, atrevido, irresponsable, superlativo.

 

Duró nueve años, creciendo, mutando hasta oscilar entre lo divino y lo tóxico. Al final, entremezclado con este amor aparecieron amores de laboratorio; inocentes, calculados, errados, escondidos. La dependencia de este otro amor tan intenso no evitaba las ganas de vivirlo todo, de querer experimentar esos otros amores que nacían condenados, esos amores fallidos. Hasta que esa acumulación de escapadas, de mentiras y emociones se derrumbó estrepitosamente dejando solo un reguero de dolor, un dolor que salía del corazón y se regaba por todo el cuerpo. 

 

En medio de ese caos de confusión y tristeza, apareció un nuevo amor, uno tímido, inexperto que se asomaba entre tanta nube gris. Uno tranquilo, un amor distinto, pasional sí, pero sin sobresaltos. Un amor pacífico, comprensivo que se construyó sobre historias contadas, sobre restos de amores fallidos, franco y certero. Ese es el amor que a pesar de todo, decidió quedarse, un amor que se siente fuerte, como solo puede sentirse en medio de la madurez.

 

Con ese amor apareció otro, uno minúsculo que se desarrolló en el corazón mientras crecía en la barriga, el amor más real, el único absolutamente eterno, el que hace que dos corazones latan cada vez que lo hace, como solo se puede sentir al dar vida.

 

 

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