26 de marzo de 2024

Extranjera

La despertaron ruidos diferentes a los que conocía. Habían estado ahí toda la noche, pero era como si la luz del día los intensificara. Ruidos de carros, de voces, de puertas. Tan irreales para ella que solía abrir los ojos en medio del trinar de copetones. 

 

Sus ojos golpeados por la claridad de la habitación le recordaron dónde estaba, una felicidad incierta se le anidó en el pecho, notó que su cuerpo estaba frío, extrañó el peso de muchas cobijas de lana, reemplazadas por una sola gorda y liviana cobijas de plumas. Pensó por un momento en la atrocidad de aves muertas que la arropaban y le pareció absurda la matanza para hacer algo que ni siquiera calentaba. 

 

El reloj en su muñeca le daba una hora inservible, la hora de su tierra tan lejana, tan opuesta al radiante sol que invadía el cuarto en el que estaba. 

 

Decidió levantarse, lo hizo con un salto entusiasta y sus pies se golpearon contra el suelo que estaba cerca, muy cerca, dolorosamente cerca. Entró al baño y se encontró con la tina, la desilusionó un poco, su concepto de tina era más romántico, la típica tina de patas flotando en el centro de un gran cuarto de baño con paredes de mármol. Ese rectángulo apretado en la pared de baldosín le sonó vulgar y desteñido, pero la agradeció, nunca había tenido una. Se encontró un armatroste redondo en el centro de la pared y trató de girarlo, no lo logró. En la lucha el armatroste se desencajó hacia un lado y empezó a salir el agua, pero no por la ducha que era lo que esperaba sino por la llave que llenaba la tina. El agua fría en los pies la despabiló y le desesperó un poco no contar con sus dos llaves tan fáciles de usar con su taponcito azul para la fría y rojo para la caliente. Gastó un buen tiempo descifrando el sistema y finalmente logró bañarse.

 

El desafío en la cocina fue mayor, en lugar de los cuatro fogones de gas de su casa, se encontró con un cuadrado negro de vidrio, sin botones, sin instrucciones, sin la chispa de gas o la caja de fósforos. Resignada se sirvió leche fría y la acompañó de unas galletas que encontró en la alacena. 

 

No pensaba rendirse, eso no le iba a quedar grande. Se puso ropa abrigada, aunque le dijeron que era verano y al salir del edificio lo agradeció cuando un golpe de brisa fría le acarició la cara. Le gustó el olor, era algo indefinido, claro, refrescante. Le gustó, la experiencia entera le gustaba, se sentía novata, inexperta, casi tonta, pero era cuestión de investigar, preguntar adaptarse de alguna manera, extranjera sí, pero recursiva, un nuevo mundo la retaba y ella feliz aceptaba el desafío.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario