15 de abril de 2024

Obreros

Compró un cigarrillo en el carrito de doña Flor, lo prendió con el encendedor que está siempre colgado con un cordón, quien sabe si para encontrarlo fácil o para que no se lo roben. Miró su reloj, aún faltaban veinte minutos para la hora fijada. 
 
En la construcción de la esquina un obrero trabajaba más que los demás, al menos se movía más. Subía ágilmente por el andamio, bajaba con cosas en las manos, iba, venía como una hormiga que fuera de la formación descubría nuevas rutas. Acabó el cigarrillo y lo aplastó contra el suelo con su zapato, muchas personas pasaban por el carrito de doña Flor buscando un dulce, un Chocorramo, un jugo en caja, graneados, como por turnos. Revisó su reloj y le sorprendió darse cuenta de que llevaba más de media hora viendo al obrero trabajar, ya era medio día y ella no aparecía, nunca llegaba a tiempo.
 
Fijó de nuevo sus ojos en el obrero, se preguntó porque le llamaba tanto la atención, era menudo, más bajito que los otros, diferente, sus movimientos eran más ligeros, más gráciles que los de los demás ¿sería gay, podría un gay trabajar como obrero y soportar el matoneo de un gremio tan machista? Si, definitivamente era diferente.
 
Ya no iba a llegar, pidió otro cigarrillo y un Halls por si aparecía que su aliento no apestara. No era la primera vez que lo dejaba plantado, para todos era evidente que él estaba interesado y ella no, para todos menos para él que la excusaba y seguí convencido de poder conquistarla.
 
Sonó un timbre y en la construcción el movimiento de obreros cambió de repente, empezaron a bajar, varios hacia la calle, otros aparecieron con sus loncheras y se sentaron a comer con los pies colgando en el vacío de lo que más adelante serían las ventanas. El más menudo, el que le llamaba la atención, cruzó la calle y caminó directo hacia donde estaba. Sus ojos se cruzaron, vio como brillaban, tenían algo especial.
 
Al llegar al carrito de doña Flor se quitó el casco y una larga trenza le cayó por la espalda.
 
-       Doña Flor buenos días – dijo una voz femenina dentro del overol.
-       Zulma cómo le va ¿muy trabajosa hoy? – preguntó doña Flor.
-       Como siempre – le respondió – me da unas papas de limón y una Pepsi por favor – dijo mientras lo miraba.
-       Esta mujer es una berraca – dijo doña Flor dirigiéndose a él – yo con tantos años que llevo trabajando frente a las construcciones, es la única mujer obrera que he conocido ¿no le parece que es una dura metida en un trabajo que es solo de hombres? – preguntó mirándolo.
-       Si, tremenda – contestó él dejándose involucrar en la conversación.
-       ¿Y lleva mucho trabajando en construcción? – le preguntó detallando las facciones suaves de esa mujer que hacía un trabajo tan fuerte.
-       Desde china estoy metida en esto, es que yo acompañaba a mi papá y así empecé.
-       ¿Y es difícil, pues, por el trato de los compañeros? – preguntó intrigado.
-       Pues es como todo, uno se va haciendo al ambiente y ellos también se acostumbran a tener una mujer en el equipo.
 
Hablaron hasta que sonó el timbre de nuevo, la que esperaba nunca llegó y él la olvidó pronto, pasaba el final de las tardes hablando con doña Flor mientras esperaba que llegaran las cinco para acompañar a Zulma a casa.
 

 

Febrero 5 de 2019

26 de marzo de 2024

Extranjera

La despertaron ruidos diferentes a los que conocía. Habían estado ahí toda la noche, pero era como si la luz del día los intensificara. Ruidos de carros, de voces, de puertas. Tan irreales para ella que solía abrir los ojos en medio del trinar de copetones. 

 

Sus ojos golpeados por la claridad de la habitación le recordaron dónde estaba, una felicidad incierta se le anidó en el pecho, notó que su cuerpo estaba frío, extrañó el peso de muchas cobijas de lana, reemplazadas por una sola gorda y liviana cobijas de plumas. Pensó por un momento en la atrocidad de aves muertas que la arropaban y le pareció absurda la matanza para hacer algo que ni siquiera calentaba. 

 

El reloj en su muñeca le daba una hora inservible, la hora de su tierra tan lejana, tan opuesta al radiante sol que invadía el cuarto en el que estaba. 

 

Decidió levantarse, lo hizo con un salto entusiasta y sus pies se golpearon contra el suelo que estaba cerca, muy cerca, dolorosamente cerca. Entró al baño y se encontró con la tina, la desilusionó un poco, su concepto de tina era más romántico, la típica tina de patas flotando en el centro de un gran cuarto de baño con paredes de mármol. Ese rectángulo apretado en la pared de baldosín le sonó vulgar y desteñido, pero la agradeció, nunca había tenido una. Se encontró un armatroste redondo en el centro de la pared y trató de girarlo, no lo logró. En la lucha el armatroste se desencajó hacia un lado y empezó a salir el agua, pero no por la ducha que era lo que esperaba sino por la llave que llenaba la tina. El agua fría en los pies la despabiló y le desesperó un poco no contar con sus dos llaves tan fáciles de usar con su taponcito azul para la fría y rojo para la caliente. Gastó un buen tiempo descifrando el sistema y finalmente logró bañarse.

 

El desafío en la cocina fue mayor, en lugar de los cuatro fogones de gas de su casa, se encontró con un cuadrado negro de vidrio, sin botones, sin instrucciones, sin la chispa de gas o la caja de fósforos. Resignada se sirvió leche fría y la acompañó de unas galletas que encontró en la alacena. 

 

No pensaba rendirse, eso no le iba a quedar grande. Se puso ropa abrigada, aunque le dijeron que era verano y al salir del edificio lo agradeció cuando un golpe de brisa fría le acarició la cara. Le gustó el olor, era algo indefinido, claro, refrescante. Le gustó, la experiencia entera le gustaba, se sentía novata, inexperta, casi tonta, pero era cuestión de investigar, preguntar adaptarse de alguna manera, extranjera sí, pero recursiva, un nuevo mundo la retaba y ella feliz aceptaba el desafío.

 

22 de marzo de 2024

El amor

Empezó fantasioso, ideal, de lejos; como solo puede ser a los quince años. A los diez y nueve fue doloroso, grande y doloroso, como solo puede ser al juntar la inexperiencia con el personaje equivocado, parecía amor, parecía eterno, pero después de una argolla marcada con el nombre del novato se convirtió en un “corre por tu vida”.

 

Entonces apareció y no parecía, se escondía tras unas cejas gruesas y una cara de autosuficiencia. Era el amor y era intenso, como solo puede ser a los veinte, obsesivo, hermoso, misterioso, fascinante, inmaduro, atrevido, irresponsable, superlativo.

 

Duró nueve años, creciendo, mutando hasta oscilar entre lo divino y lo tóxico. Al final, entremezclado con este amor aparecieron amores de laboratorio; inocentes, calculados, errados, escondidos. La dependencia de este otro amor tan intenso no evitaba las ganas de vivirlo todo, de querer experimentar esos otros amores que nacían condenados, esos amores fallidos. Hasta que esa acumulación de escapadas, de mentiras y emociones se derrumbó estrepitosamente dejando solo un reguero de dolor, un dolor que salía del corazón y se regaba por todo el cuerpo. 

 

En medio de ese caos de confusión y tristeza, apareció un nuevo amor, uno tímido, inexperto que se asomaba entre tanta nube gris. Uno tranquilo, un amor distinto, pasional sí, pero sin sobresaltos. Un amor pacífico, comprensivo que se construyó sobre historias contadas, sobre restos de amores fallidos, franco y certero. Ese es el amor que a pesar de todo, decidió quedarse, un amor que se siente fuerte, como solo puede sentirse en medio de la madurez.

 

Con ese amor apareció otro, uno minúsculo que se desarrolló en el corazón mientras crecía en la barriga, el amor más real, el único absolutamente eterno, el que hace que dos corazones latan cada vez que lo hace, como solo se puede sentir al dar vida.

 

 

12 de marzo de 2024

¿Y ahora?

Los cambios asustan, seguramente por eso es tan famoso el dicho de “más vale malo conocido que bueno por conocer”.

 

Nos quedamos atados a lo que hay sin evaluar que tan bueno o malo es. Nos resignamos, supongo que es lo que pasa con los matrimonios que ya no funcionan, es más cómodo quedarse ahí, no es tan malo, ya a estas alturas da igual, ¿qué tal si me va peor?

 

Nos acomodamos negando la posibilidad de abrir nuevas puertas, de desafiar nuestra rutina con opciones inexploradas. Pero cuando nos atrevemos a movernos, a dejar lo conocido que sabemos cómo funciona aunque no funcione, cuando soltamos para lanzarnos al vacío, subimos la cuesta con una nueva duda a cada paso, sin aire por el esfuerzo, preguntándonos si no era mejor la seguridad de lo de siempre, que de paso no requiere energía extra. Al paso siguiente sentimos la emoción de lo nuevo, del paisaje que se abre al estar más alto en la subida, la frescura del aire que no respirábamos estando abajo y de nuevo las preguntas, la opción de dar la vuelta y regresar a la zona segura, bajar es más fácil que subir.

 

Pero si dejamos de dudar, si logramos callar nuestras inseguridades, nos esforzamos otro poco y encontramos al final de la subida, la tan esperada y tan temida cima. La brisa de posibilidades nos refresca la piel, el paisaje nos deja sin aire y la satisfacción nos eriza los poros, viene ahora lo más anhelado, pero también lo más difícil, viene el salto al vacío con todo el miedo que eso arrastra, la caída libre hacia nuestro nuevo futuro nos llena los pulmones, la emoción invade nuestros ojos que se llenan de lágrimas esperanzados. 

 

Respiramos y damos el paso, el salto al vacío, el instante en el que empieza el cambio, todo valió la pena para este momento, y ahora… ahora ¿qué?

 

4 de marzo de 2024

Para Juancho

Tengo una amiga que dice “envejecer es obligatorio pero madurar es opcional”, me parece una frase tan acertada, tan aplicable a la vida, pero no voy a detenerme aquí en el tema de madurar, que es una opción de una inmensa minoría, voy a exponer aquí mi teoría de que de alguna manera nuestro cuerpo envejece porque le toca, pero nuestro cerebro, nuestros pensamientos, se quedan estancados en etapas anteriores, como si no entendieran que nuestro cuerpo cambió, que con el paso de los años ya no funciona igual. 

 

Yo por ejemplo, me voy de rumba, cosa que ya no pasa casi nunca y antes era lo usual todos los fines de semana, en fin, me tomo un par de tragos solo un par por el tema de ser el adulto responsable. Ponen la música que solía bailar cuando estaba entre mis veinte y mis treinta que además sigue vigente, bailo merengue moviendo la cadera, me disfruto una salsa con pasos cortos y rápidos, varias vueltas, me mareo un poco pero lo ignoro, estoy feliz, aparece el meneíto que me gozo de lado a lado. Después de repetir la operación con otras canciones mi cuerpo pierde un poco su capacidad pulmonar, pero mi mente sigue emocionada disfrutando el placer que siempre le dio el baile. Regreso a la mesa a recargar energía y mi cerebro dichoso quiere seguir de rumba mientras que mi cuerpo ya sentado bosteza sin que lo pueda detener, entonces, para evitar la pena de estar en la mitad de un rumbeadero con cara de sueño a las 11 de la noche, regreso a la pista. Mi parejo me da una vuelta y luego levanta mi brazo izquierdo para darla el también, un corrientazo de dolor baja desde mi hombro hasta el dedo meñique ¡mierda! me olvidé de la bursitis que me tiene ese brazo con movilidad reducida desde hace un tiempo. Pongo mi mejor cara, que no se note, sigue la noche, empiezo a no disfrutar el baile, yo quiero seguir, pero mi espalda me está recordando todo el movimiento de un día normal de recoger reguero, cocinar una hora de pie, media hora más lavado los platos. 

 

Afortunadamente voy con un grupo de adultos mayores que no aguantan mucho el trasnocho y regresamos a casa a eso de la una. Me pongo la piyama recordando que a esa hora la fiesta apenas comenzaba años atrás y que a las tres de la mañana estaba en la Pepe Sierra comiendo perro caliente lleno de salsa y papas. En este momento de la vida un perro a esa hora sería un atentado a muerte contra mi colon. Duermo profundamente por el cansancio del cambio de rutina y al día siguiente los años empiezan a pasar la factura. Las rodillas me recuerdan a cada paso los merengues bailados, el hombro las vueltas dadas, la cintura los pasos de salsa, todo mi cuerpo me dice que los años han pasado y que si quiero que las articulaciones aguanten el ritmo del cerebro, debo empezar a hacer algo al respecto. 

 

Entonces, compresas de agua caliente y una inscripción al gimnasio son mi receta para curar esta incongruencia.


Esta entrada de mi blog quiero dedicarla al primo Juancho que se fue de rumba y terminó con una rodilla adolorida durante un mes, con todo mi cariño y un Ibuprofeno para ti. 

27 de enero de 2024

Sirena

Al dar el paso su cabeza se llenó de imágenes. La primera fue la de la sirena rota en mil pedazos sobre el suelo, la cabeza partida en dos, los labios que tanto trabajo le costó pintar para que el rojo no se saliera ni medio milímetro de las comisuras, los risos verdes convertidos en polvo, las piedras en las que estaba sentada con sus múltiples tonalidades de marrones y grises hechas pedazos. La discusión con Francisco, sus gritos, el odio que sintió crecer en su interior al ver destrozada la única cosa hermosa que la alejaba de la vida de mierda que tenía, hecha trizas en el piso. Todo por él, todo era su culpa, todos los engaños, la vida maravillosa que le prometió con su charla embaucadora, con sus modales finos, todas las mentiras, todas las infidelidades.

 

La segunda imagen que le pasó por la mente fue la de Roberto, ese día en que se quedó trabajando hasta tarde, ese día que la vio a los ojos con esa calidez que le regalaba a todas las demás mujeres de la oficina excepto a ella, por ser la jefe suponía. Finalmente la notaba, se daba cuenta de su existencia, finalmente la miraba con ojos diferentes. Después de meses de detallarlo, de ser más amable con él que con cualquier otra persona del piso, luego de intentar mil acercamientos y mover fichas para conseguirle beneficios, luego de todo ese trabajo y de aguantar las habladurías que resonaban a su espalda “la jefecita le echa los perros” había escuchado sin querer en el corredor. Resistió eso y más por una sola mirada, por la promesa de un café juntos.

 

Ese día que tenía que ir en la tarde al colegio de Sol a arreglar otro de los problemas que su hija mayor causaba cada semana. Ese día no le importó incumplirle al colegio, a Sol, a su marido que llegaría furioso a gritarle. Esa tarde día que pasó en su escritorio mirando insistentemente la puerta, esperando que Roberto apareciera para ir por el café prometido. 

 

La imagen con la que se encontró al ir a buscarlo, ya era tarde, su marido la acosaba en el celular por no haber llegado, por no aparecer en el colegio, que tenían hambre y ella no llegaba, la tarea pendiente de Marcela. Los pensamientos se  le borraron de la mente cuando por fin encontró a Roberto en el cuartico de la fotocopiadora, el pantalón a media pierna, Yohana la del archivo de espalda contra la pared disfrutándolo. Los miró unos segundos, los necesarios para que se le borrara del recuerdo la mirada amable de Roberto, un café, unos minutos de atención, la posibilidad de conseguir un cómplice que la escuchara, un confidente para sus desgracias, un descanso a la vida aburrida e intranquila que llevaba. En cambio se encontró con las horas que perdió pensando en él, los castillos que edificó sin cimientos, los comentarios, las recriminaciones.

 

La siguiente imagen que se formó en su cabeza mientras el viento arrastraba su cabello fue la del entierro de sus padres, intercalada con la del carro destrozado aun con manchas de sangre que vio pasar en la grúa cuando llegó a firmar los documentos del seguro. Los ataúdes sellados escondiendo los cuerpos deformados por la violencia del impacto. El informe técnico que dejaba abierta la sospecha de una falla en los frenos y que a ella le dio la certeza de que no había sido un accidente, estaba segura de que su padre sospechaba como ella que los cambios repentinos en su madre estaban motivados por alguien. El nuevo corte, el cambio de color, la inscripción al gimnasio después de años de descuido físico. Ambos sabían que el buen humor que la acompañaba estaba relacionado con las salidas y las mil excusas que inventaba últimamente. Los frenos no fallaron por desgaste, tenía la certeza de que su padre era el causante de la falla prefiriendo morir con ella a verla feliz con alguien más.

 

Disfrutó la sensación de desconexión, su cuerpo flotando, relajado, mientras su mente trabajaba aceleradamente. Los minutos que lograba robarle al sábado para trabajar en su sirena, el placer de crear colores en la paleta para lograr sombras en las algas que enredaban  la figura, los tonos metálicos para resaltar las escamas de la cola de su hermosa mujer pez. La sensación de paz opacada por la última pelea en la que Francisco la insultaba por perder el tiempo pintando ese “esperpento” en lugar de poner la casa en orden. Esa ira que le incendió la cara un instante antes de impactar el suelo. Un instante en que el aire abandonó su cuerpo antes de golpear el pavimento y destrozarse en el impacto igual que su sirena de porcelana.

 

Febrero 5, 2016

23 de enero de 2024

Cuando los cuadernos se vuelven tentaciones.

Cuaderno nuevo, tan tentador como un libro nuevo. Tengo muchos cuadernos empezados, creo que nunca en mi vida he llenado uno, no, estoy segura de que nunca en mi vida he llenado todas las páginas de un cuaderno. Se quedan por ahí con hojas de apuntes, de información y de cuentos, hasta tengo un par con capítulos de mis novelas, esas que me da por escribir a mano temiendo que se pierdan en el movimiento involuntario de la tecla equivocada.

 

Me encantan los pequeños, porque puedo llevarlos a todas partes, pero para escribir de verdad, los mejores son los grandes, de pasta dura y argollas para tener un buen apoyo. Me gusta hacer el ejercicio de dejarme llevar por las letras, sin pensar si lo que escribo va a ser leído o si se va a quedar aquí, abandonado en esta hoja de cuadros. Prefiero los cuadros a las rayas, me dan una extraña sensación de orden. En el colegio era obligatorio dibujarles márgenes, figuritas hechas en los cuadros superiores e inferiores que podían llevar varios colores o ser más simples de uno solo. Me emocionaban los primeros días, pero luego se convertían en una pesadilla cuando llegaba el momento de la revisión de cuadernos y las márgenes estaban presentes solo en las primeras hojas, entonces, la tarea era dibujar las que faltaban, tarde en la noche, sentada en el piso apoyando el cuaderno sobre la cama, maldiciendo en silencio y viendo la mala cara de mi mamá que no soportaba ver que hiciera las tareas en tan mala posición. 

 

Antes los cuadernos eran sinónimos de tareas, más adelante fueron compañeros de novedad en la universidad, además de confidentes de nuevas experiencias. Ahora son tentaciones, distractores que me alejan de lo que hay que hacer y lo transforman en placer.

 

No puedo evitarlo, debo llenar al menos una hoja cuando los veo por ahí con sus espacios tan blancos, tan vacíos, hacerlos míos con la irregularidad de unas letras que empieza siendo redondas y parejas para convertirse en figuras largas, unidas, sin orden establecido en sus nexos, que me recuerdan vagamente a la letra pegada que nunca dominé. Entonces, cuando pasan a ser más garabatos que letras, se vuelven un inconveniente a la hora de convertirse en un texto transcrito en el computador, porque para descifrarlas, debo muchas veces analizar el contexto y descifrar así lo garabateado. 

 

Mis queridos cuadernos, ojalá alguien los encuentre y los disfrute antes de destruirlos, para ese alguien va un gracias desde un lugar remoto del pasado.

 

Marzo 29 del 2016

4 de octubre de 2023

Mi historia

 

Leí “Mi Historia” de Michelle Obama, sigo sin acostumbrarme a que las mujeres, en algunos países, pierdan su apellido para pasar al apellido de su hombre y nosotras tan tercermundistas eliminamos el “de” hace cuanto tiempo. Pero bueno, me leí el libro, sin la certeza de si en realidad lo escribió ella, puede ser, es una mujer muy preparada, el caso es que entre sus páginas pude ver a grosso modo algo de la realidad de la cultura norte americana, esa realidad que no ven los que persiguen el Sueño Americano, esa tan diferente a la que vemos en las películas, porque si de Colombia en cine solo se ven casuchas y traficantes, de USA solo vemos lujo y rubias despampanantes.

 

Pero al acercarnos un poco conocemos realidades diferentes, aquí nos quejamos por las filas para conseguir una cita o reclamar un medicamento, pero allá, el porcentaje de personas con acceso a un servicio médico es aterrador y lo que cubre ese servicio es lamentable. 

 

Y hablando de racismo, alguien me vio leyendo el libro y me dijo con ironía – pero esa gente (los Obama) están muy por encima del bien y del mal – Basta con leer un poco para entender todos los inconvenientes que debe superar una mujer negra en USA, porque el tema no es solo de raza, también el género es una traba en ese país tan avanzado. Y aquí recuerdo algo que contaba Barack Obama en un podcast, que alguna vez cuando era estudiante de Harvard, pasó cerca de un carro estacionado que tenía a una pareja dentro y escuchó como al verlo, activaron desde dentro los seguros de las puertas, solo por ser un hombre negro caminando en la noche.

 

En resumen, abriendo la ventanita de un libro para aprender de una sociedad, me pasa lo mismo que cuando viajo. Admiro la belleza y las bondades de otros lugares, pero agradezco también los avances y comodidades de nuestra tierrita.

23 de marzo de 2021

Relatividad

 

23/04/2014


Ya le tocará a la que venga…

 

Me pesa un poco la labor diaria, no quiero ya cumplir con mi deber, como que prefiero que todo se quede así y que la que se siente aquí descifre los misterios, responda las inquietudes, ordene los archivos.

 

Estoy a veintitrés días de entregar mi puesto, más de cinco años trabajé aquí, cinco años lidiando con egos gigantes, banalidades gigantes y cifras gigantes. Cinco años en los que reforcé mi idea de que la plata es lo menos importante en la vida. “Son tan pobres que lo único que tienen es plata” dice mi compañera de puesto y es tan cierto, en este lugar he estado rodeada durante estos años, de personajes que tienen más dinero del que se van a poder gastar en lo que les queda de vida, que el único problema con el que deben lidiar es que ponerse en la mañana, y los veo tan amargos, tan grises, tan inconformes, que agradezco no haber nacido en una cuna de oro.

 

Bueno, pero lo importante es que me voy, que empiezo una nueva vida llena de sueños y expectativas. Por primera vez en la vida voy a guerrearme el pan haciendo lo que me gusta. Dedicar tiempo a escribir, a corregir, a venderme como escritor es una actividad que seguramente no me va a dar la seguridad económica que tengo aquí sentada, pero que si va a darme la emoción de creerme escritor.

 

Empezar casi de ceros con más de cuarenta es una locura, lo sé, pero hace tanto dejé de hacer locuras que me parece absolutamente emocionante. Creo que lo que me hace más feliz de empezar este proceso, es la esperanza de que en algún tiempo, cuando le pregunten a mi hija que hace la mamá, responda con orgullo “Mi mamá es escritora”. Cuando eso pase, sin importar el saldo de mi cuenta, me sentiré muy muy feliz.

 

23/3/2021

 

Me encontré el texto anterior en la nube, lo leí con curiosidad, no recordaba haberlo escrito. Ahora, repasando lo que ha pasado desde esa fecha, saco las siguientes conclusiones.

 

Empecé de ceros, bueno, en realidad empecé con mucho en mi haber, mucha experiencia, muchas dudas, muchas expectativas, muchas ilusiones. Han pasado siete años, no puedo creerlo, hice la cuenta con los dedos para estar segura porque me parece una locura, siete años, más de lo que trabajé ahí, pero comparar los casi seis de trabajo contra los siete que llevo de estar en casa es imposible, ahora entiendo eso de que el tiempo es relativo. Estos siete han sido tan cortos que casi no creo que son siete. Nuestra existencia va lento cuando tenemos que lidiar con lo que no nos hace felices, en cambio es increíblemente veloz cuando lo pasamos bien.

 

Sigo emocionada, ya no son 40, ahora son 50 y la vida que tengo ahora pasa pronto, pueden ser los años, aunque en realidad creo que tiene que ver con la felicidad que me produce lo que soy ahora. Soy escritora, de eso ya no tengo dudas, van cuatro novelas publicadas y aunque el resultado no ha sido el esperado en temas económicos y demás, la felicidad de saber lo que he logrado no la opaca nada. Ahora veo con una sonrisa en la boca, que mi hija sabe que su mamá es una escritora.

23 de junio de 2020

La princesita que quería la luna.


Esto lo escribí en 1998 y apareció en una limpieza del computador. 

Cada vez que pienso en un cuento, me convierto en la princesita que quería la luna; era una historia que hacia parte de un libro grande y pesado, lleno de cuentos, algunos de hadas, que no era para niños por su peso y tamaño, pero sí lo era por su contenido; y en la pasta, tenía un dibujito dorado (o era plateado?), que era el mismo que ilustraba el cuento, una niñita en pijama, con una coronita en la cabeza, (porque era una princesita), parada de puntitas sobre el techo de una torre, que estiraba sus bracitos para poder alcanzar la luna, una luna delgada y melancólica, que se balanceaba en el cielo, ajena a los llantos de la princesita que no lograba alcanzarla.

No he podido nunca recordar el cuento, mucho menos el final, solo sé que en mi libro, sin importar a qué hora lo viera, siempre iba a encontrar a la pobre princesita llorando por su lejana luna.
Y algunas veces siento que soy eso, una princesita inconforme, que tiene todo lo que las demás niñas (que no son princesitas) pueden soñar, y que a pesar de eso, busco un imposible, para que mi llanto tenga algún motivo, una luna inalcanzable, una estrella brillante, cualquier cosa que justifique (aunque sea de mentiritas), una tristeza que ni siquiera yo logro explicar.


¿Sera normal, será que me escapé de la caratula de un viejo libro, y que estoy condenada a llorar por la luna, será que me acerco a la menopausia precoz, será que debo buscarme un buen psicoanalista que me cobre $50.000 por sesión?, ¿o me servirá otra vaciada gratis de alguien que me quiera par que se me quite la pendejada?